viernes, 27 de abril de 2012

La Higuera, Bolivia






Tras 5 horas de colectivo desde Sucre hasta Villa Serrano y 5 horas en furgoneta, la suiza, los seis argentinos y yo, llegamos a La Higuera, lugar dónde capturaron y torturaron al gran Che, Ernesto Guevara (Rosario, 14 de Mayo 1928- La Higuera,  9 de Octubre 1967).
Carteles, graffitis, citas en piedras, todo recuerda en el pueblo al revolucionario que desde que comenzó sus viajes por Sudamérica, se dedicó en cuerpo y alma a defender al pueblo latino.





"Podrán morir las personas, pero no sus ideas"

"Prefiero vivir de pie a vivir arrodillado"

"Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro"

"Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización"

"Aquí estamos, la palabra nos viene húmeda de los bosques cubanos. Hemos subido a Sierra Maestra, y hemos conocido a la aurora, y estamos dispuestos a nombrarla en esta tierra y a defenderla para que fructifique". Y de todos los otros hermanos países de América y de nuestra tierra, si todavía persistiera como ejemplo les contestara la voz de los pueblos, desde ese momento y para siempre: "¡Así sea: que la libertad sea conquistada en cada rincón de América!"

Ernesto Che Guevara



Silvio Rodríguez "Canción del Elegido, El Che"




Ismael Serrano "Papá cuéntame otra vez"


sábado, 21 de abril de 2012

Minas de Potosí


Soy el rico Potosí, del mundo soy el tesoro, soy el rey de los montes y envida soy de los reyes


Esta inscripción luce un escudo en Potosí, acuñado por el emperador Carlos V, cuando en 1545 comenzó la explotación de Cerro Rico, el principal motor económico de Bolivia y gran parte de las fuentes de riqueza en Europa por aquel entonces. Comenzó la extracción de plata, zinc, estaño y plomo y esos años murieron miles de indígenas  esclavos, con la función de satisfacer las ansias de riqueza de los conquistadores. Se dice que con toda la plata extraída se podría haber construido un puente uniendo el cerro con la puerta del palacio real. También que se podrían haber construido dos con los huesos de todos los mineros muertos. Pero han pasado casi 500 años y nos hemos civilizado…


La excursión a las minas comienza como una aventurilla que desata las risas con el equipo de seguridad: casco con su linternita, pantalones impermeables, botas de agua, pañuelo bandolero.

Puesto que todos nos queremos sentir un poco mineros probamos un taponcito de alcohol etílico, tal como manda la tradición. Y comienza la inmersión.
Y las risas finalizan rápido, el olor se hace insoportable y esperamos que la luz de la linterna aguante las dos horas que estaremos dentro. La oscuridad es absoluta sin ellas.

Dentro encontramos el monumento del Tío, el Diablo, el protector de los mineros, y se observan a su alrededor botellas de alcohol, cigarrillos y hojas de coca, objetos con los que se pretende honrarlo.
Llegamos donde están los mineros y por ser domingo, solo hay cinco trabajadores. Les damos nuestros obsequios: hojas de coca, cigarrillos, agua y zumo. Durante las ocho, diez, doce horas que están en el interior de las minas no pueden comer nada sólido, pues sus defecaciones conllevarían la producción de metano y las consecuencias podrían ser fatales.

Coincide que llegamos en su hora de descanso, cuando están sentados introduciéndose una a una las 300 hojas de coca que necesitan mascar para espantar el sueño y el hambre.
Nos enseñan los materiales extraídos en el día y continúan con su laburo. Para nosotros sigue siendo aventurilla, ellos trabajan el día domingo como castigo por haber faltado un día entre semana (muchas veces por su incapacidad de levantarse de la cama por la resaca del día anterior, noches de olvido, mañanas de realidad).

Cargan un carro con las bolsas de minerales y entre cuatro personas mueven las dos toneladas. Les quedan treinta y ocho. Vamos detrás de ellos caminando, mudos y un poco avergonzados, pues su esfuerzo se ha convertido en nuestro espectáculo.
En un momento cunde el pánico, pues algunas de las piedras y maderas se desploman en el trayecto y golpean en la pierna a uno de nuestro grupo. Se le cae hasta el casco. Piedras que podían haber caído encima de cualquiera.
Es entonces cuando las ganas de aventura desaparecen totalmente y los cuatro “proyectos de minero” solo tenemos un pensamiento: visualizar la luz que indica salida, respirar aire fresco.



Es curioso que todos en el grupo compartiéramos la idea de que nos consideramos valientes, que no tememos a lo desconocido y también la certeza de que no entraremos nunca más a una mina.

Nuestro guía, antiguo minero fue un excelente narrador. Nos contó la historia de Cerro Rico, cómo su máxima explotación fue en 1919, años de guerra y la crisis más amarga en 1980, cuando cayeron los valores de la plata en Londres. Pero también nos habló del sentimiento de orgullo de ser minero, sobre todo a partir de la Revolución de 1952, que supuso el voto universal en Bolivia, la nacionalización de las minas y la Ley Insa, que permitió a los campesinos adquirir el título de las tierras que trabajaban.

La esperanza de vida de los mineros es de 45-55 años, cuando suelen morir de silicosis o de cáncer de pulmón por las sustancias que inhalan diariamente. Puesto que su enfermedad no tiene cura, los arrinconan en el hospital mientras esperan la muerte. Muchos se suicidan desde las ventanas de los mismos hospitales, debido a los insoportables dolores en la garganta. Y los bolivianos han adquirido el derecho a pensión a los 65 años.
Le preguntamos al guía que opinaban en general de Evo Morales. A casi todos los mineros les es indiferente, sus condiciones laborales no cambian.  Si no tienen plata para estudiar, a los 13 años comienzan los niños la profesión. Aproximadamente 15 dólares cobran diariamente, salario dependiente del material recogido, no sujeto a horas. Pero toda explotación de recursos no renovables finaliza y se calcula que en Cerro Rico lo hará en 10 años. Alrededor, hay montañas intactas, pero su explotación supondría la destrucción de tres lagunas que abastecen con agua a la ciudad de Potosí. ¿Existe otra solución para las 15.000 familias dedicadas a la minería en la ciudad?
Sí, 500 años después somos un poquito más civilizados…

Visité las minas hace 6 días. No pude escribir el mismo día sobre ellas debido al estado de frustración, anhedonia, que mantuve hasta acostarme. Tampoco al día siguiente, porque no quería rememorarlo. Pero puesto que ha sido lo más impactante que he visitado hasta ahora, no podía dejar de ser transcrito. A conocer otras realidades habíamos venido…

La despedida de uno de los mineros fue: “Hasta pronto señorita, que tenga usted mucha suerte”.

Potosí , Patrimonio de la Humanidad, 1988 (UNESCO)


miércoles, 18 de abril de 2012

Letras

El poder de la música ... capaz de cambiar momentos, robarnos una sonrisa o empañarnos los ojos.
Porque la música escogida en cada momento dice tanto de nuestro estado anímico. Tiene la capacidad de transportarnos a un aura de delicadeza o acción en un intervalo de tres minutos.
Nos descubre, por tanto.

Tiene capacidad de fascinación. Son los pincelazos de acuarela que tintan los momentos. Es acompañamiento, pero al mismo tiempo, conductor de nuestros sentimientos.
Aunque hablemos de un instante puntual. Porque precisamente de ellos se compone nuestra actitud vital.

Solo una canción pueden recomendarme las personas que conozco. Y mi libretita se va llenando de títulos, de letras que significan mucho para quienes me las sugieren. Y también lo harán para mí, al evocarme los momentos puntuales que viví con ellas, las risas compartidas, las confidencias de medianoche.

Está en proceso de creacion un laaaargo CD.


martes, 10 de abril de 2012

Las huellas digitales

     Yo nací y crecí bajo las estrellas de la Cruz del Sur.
Vaya adonde vaya, ellas me persiguen. Bajo la cruz del sur, cruz de fulgores, yo voy viviendo las estaciones de mi suerte.
    No tengo ninún dios. Si lo tuviera, le pediría que no me deje llegar a la muerte: no todavía. Mucho me falta andar. Hay lunas a las que todavía no ladré y soles en los que todavía no me incendié. Todavía no me sumergí en todos los mares de este mundo, que dicen que son siete, ni en todos los ríos del Paraíso, que dicen que son cuatro.
   En Montevideo, hay un niño que explica:
  -Yo no quiero morirme nunca, porque quiero jugar siempre.


Eduardo Galeano, "El libro de los abrazos".